Quienes defienden esta hipótesis alegan que al ejercitarse con hambre se “quema grasa”. Lamentablemente, el metabolismo no se rige por reglas lógicas sino por procesos bioquímicos fisiológicos.
Al ejercitarse antes de desayunar, o con hambre en cualquier momento del día, lo primero que se usa como “combustible” es el azúcar almacenado en los músculos y luego el del hígado. Luego se activa un mecanismo que consiste en convertir las proteínas y las grasas en azúcar que aporta la energía necesaria para continuar el ejercicio y los demás procesos que el cuerpo debe hacer para mantenerse vivo. Este mecanismo es una reacción de supervivencia y produce además de energía unos productos secundarios que son desechos y que alteran la química habitual del cuerpo produciendo inflamación, aumento del tiempo de recuperación de los músculos y perdida de masa muscular entre otras muchas cosas. Lo que se siente es dolor muscular luego del ejercicio, cansancio y menor vitalidad.
Si hay baja de peso es por la degradación del tejido muscular pero no por disminución de grasa.
Un tratamiento efectivo y sano para bajar de peso debe mantener o aumentar la masa muscular y disminuir el tejido graso con una alimentación adecuada, suficiente para que no haya catabolismo muscular ni hambre.