Durante las vacaciones, nuestras rutinas y hábitos, así como nuestros cuerpos, suelen cambiar.
Es común permitirnos ciertos excesos alimenticios.
Al retomar la rutina diaria, surge el compromiso firme de mejorar nuestra dieta. El descanso vacacional termina, dejamos atrás los excesos y estamos dispuestos a realizar cambios para cumplir con este objetivo.
Modificar hábitos es un proceso que atraviesa distintas fases y requiere información veraz y de calidad, establecer metas alcanzables y seguir pasos concretos. Específicamente, en la modificación de hábitos alimenticios, es fácil sucumbir a tendencias o seguir consejos bienintencionados que carecen de base fisiológica y que, a largo plazo, resultan ineficaces y causan frustración.
Para perder peso es esencial cambiar la manera de comer, no solo seguir una dieta temporal para luego regresar a la “normalidad”. Los cambios deben ser permanentes, sostenibles y acordes a los gustos y preferencias personales. A medida que se modifican los hábitos, el peso disminuye naturalmente y se mantiene en tanto nos adherimos a ellos.
Una dieta debe ser variada, equilibrada y saludable, pero no por ello aburrida, prestando especial atención al tamaño de las porciones. Al principio, es posible sentir hambre, la cual disminuye gradualmente mientras avanzamos en el proceso hasta alcanzar la saciedad con menos cantidad y dejamos de lado alimentos no saludables. Mis pacientes frecuentemente relatan que, durante este proceso, consumieron un postre que les encantaba y que, sorprendentemente, ya no les resultó tan apetecible como antes, e incluso les sentó mal. Este es el objetivo a lograr.
Sin embargo, el aspecto más crucial para un cambio real es la transformación mental.
No hay tratamientos milagrosos; los milagros suceden cuando el cambio se basa en creencias propias y en la convicción interna de querer una mejora genuina.